jueves, julio 30, 2009

Tocayos

-No te pongas a maquinar. Vos ya sabés cómo son estas cosas, hoy está en todos lados pero en un mes y pico o dos la gente ya se olvidó.
-Ya pasó varias veces, Clara. Va a volver a pasar de nuevo, lo sabés.
-Tenés que tomártelo con un poco de humor, es obvio que los chicos de la ofi no te lo hacen para forrearte. Reconocé que es gracioso - Fabián le clavó una mirada asesina dejando a las claras que no le parecía nada gracioso -. Además, ¿vos te pensás que en cinco años la gente se va a acordar de que Fabián Gianolla se comió un travesti? Yo tuve un compañero de colegio que se llamaba Eric Estrada, como el de Chips, el de las pastillas para adelgazar.
De dos meses Clara había subido a 5 años, se pisaba sola.
-Reduce Fat Fast.
-Sí, ésas. El pibe la pasó mal de segundo a tercero, pero para el viaje de egresados no se acordaba nadie.
-Sí, Clara, me contaste veinte veces esa anécdota, pero te recuerdo que según la misma historia a Eric lo dejaron de cargar por la propaganda cuando se enteraron de que había debutado con la profesora de geografía.
-Bueno, pero se van a olvidar igual... Escuchame, no te podés cambiar el nombre, siempre fuimos una familia muy orgullosa. Si papá viviese...
-Mirá, primero fue el mariposón que se quería levantar a Franchella, con eso tuve completito todo el primario... Después la pelotudez esa del desafío de la blancura y el "no-te-te-ne-mos-mie-do". La mierda esa de canal 2 decí que no la veía nadie. Ahora que pensaba que todo había terminado, que a fin la carrarera del energúmeno ese había muerto, ¡el hijo de puta da un manotazo de ahogado comiéndole la boca al puto aquel en el programa de Tinelli! - golpeó la mesa.
Terminado el ofuscado discurso, Fabián Gianolla, el contador de veinticinco años, se acomodó en la silla e intentó serenarse. Clara Gianolla, su hermana cinco años mayor, intentó continuar consolándolo, pero él ya no la escuchaba. Estaba concentrado en el movimiento que comenzaba a ordenar en su mente las piezas de un macabro plan que quizás desde hacía algún tiempo se venían acumulando, pero que repentinamente se proponían encastrar formando una figura seductora, admisible.

*

El reloj de la recepción marcaba las neuve y diez de la mañana en las oficinas de la emprendedora productora argentina. Era la hora del maquillaje en todos los estudios televisivos del país. Había pasado un mes desde el polémico beso entre el comediante y el transformista. Se especulaba con la reaparición de ese sketch dadas las bajas mediciones de Junio en general. Fabián Gianolla se encontraba en el camarín. El actor cómico practicaba sentado frente al espejo las líneas de su pronta aparición en el programa nocturno que se grabaría esa mañana, al tiempo que su maquillador ensayaba los distintos tonos de pintura. En medio de la repetición de su nueva muletilla se detuvo y le dijo al reflejo de su maquillador:
-Che, pero ¿qué estás haciendo? Esta base no es -hubo un pequeño silencio- sos nuevo, ¿no?
-Uy, sí, disculpame. Ahí te lo arreglo desde el cuello.
-Todo bien, igual falta para grabar. ¿Cómo te llamás?
-Fabián. - contestó suscinto el maquillador mientras guardaba un plumín y buscaba otra cosa en su bolso.
-Ah, tocayo... - dijo el actor, mientras se distraía con un centelleo metálico en el espejo, cerca del comienzo de su máscara facial.

30-07-09

martes, julio 21, 2009

Cecilia Luccisano, trabajo póstumo de Leonardo

La obra de arte más realista de la vida misma tenía veintiocho años y vivía a sesenta y siete kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca. Miguel Rosa lo supo doce días antes que el resto del mundo. Fue al norte lo mismo que podría haber viajado para el sur y pasó por Catamarca por razones tan azarosas como las que podrían haberlo llevado a cualquier provincia; siempre que fuera esta del norte claro, ya que allí, se ha dicho, había fijado rumbo determinado por influencias inciertas o acaso abusando del más caprichoso de los libres albedríos. Cecilia Luccisano nació el quince de Junio de 1974 adentro de la casa frente a la que el Peugeot 504 de Miguel estaba a punto de detenerse, y hacía treinta y seis minutos había regado las azucenas que el visitante pisó sin darse cuenta cuando descendió del coche. Barría el camino de piedra que entraba hasta su casa aunque la calle fuera de tierra y el viento la empujara en un soplido tenue e igualado. Miguel Rosa dijo "buenos días" y se sacó los anteojos de sol, movimiento que alcanzó para empujar definitivamente la gota de sudor que vacilaba en su entrecejo cejijunto y que pasó a escasos centímetros de su ojo derecho, el cual se cerró a la par de su análogo, para que una mano derecha o izquierda limpie la cara a la vez que escuchaba "buenos días" en un dulce timbre de voz. La miró. La mujer había dejado de barrer y lo miraba. Asombrado por su belleza le preguntó dónde podía encontrar una estación de servicio. Quizás no lo dijo muy claramente, porque la mujer estiró el cuello sin responder nada. Repitió. Ella contestó que no sabía, y cuando calló, él sintió en su cara un color levemente familiar. Escrutó su rostro mientras la otra mantenía la mirada semiatenta. Preguntó lentamente si por casualidad tenía algo de gasoil. Sin saber porqué aclaró "o diesel". Ella pareció sonreir y le dijo que no, pero que un vecino subiendo al pueblo tenía un rastrojero y que podía pedirle. Sin que él dijera nada le indicó como ir. Cuando termino de hablar el otro cayó en la cuenta de la idiotez que lo había poseído y, repuesto, le dijo que gracias y caminó al auto. Se dijo que no se había enamorado de una extraña. Subió al auto. Justo antes de darle arranque se acordó de que se había quedado sin gasoil. Bajó del auto y caminó como le habían indicado. Exactamente a mitad de camino se produjo la sinapsis que esperaba e inmediatamente volvió para atrás. Cecilia Luccisano tenía un rosario entre las manos y Miguel Rosa en la cabeza un plan. Entró sin golpear y la vio arrodillada con un cuerpo de pera frente a un colorido altar adornado con la figura de un santo anónimo (para él). Golpeó la puerta abierta de par en par y cuando la mujer se dio vuelta habló tan rápido que ella se asustó, entendió poco y pensó que la habían insultado.

Cinco días después llegaban a Buenos Aires y Miguel había despejado buena parte de sus dudas. Ella no recordaba haber visto el cuadro. Nunca nadie se lo había dicho. En el interior de Catamarca se come mayormente dulce casero. El apellido era italiano pero el parecido venía de su abuela materna que era Jiménez. Ella durmió en su cama unas poquitísimas horas mientras él estuvo toda la noche en el sillón llamando por teléfono. A las dos de la tarde estaban en un departamento de Belgrano. Una mujer delgada y que sudaba nicotina la maquilló y le hizo poner unas telas grisas mientras Miguel hablaba con una joven de anteojos gruesos. La hicieron posar. Unos cuantos flashes, media sonrisa y llegaron los sánguches de miga. Sacaron más fotos y terminó. Comieron. Ocho días después la página cuarenta y nueve de una revista de cinco mil ejemplares titulaba "La Mona Lisa argentina" . La nota, de cuatro columnas cortas, empezaba in media res y a la manera estereotipada de los artículos de interés general:

La Mona Lisa argentina tiene veintiocho años y vive a sesenta y siete kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca.

Las fotos eran bastante malas y era difícil asociarlas al pincel de Da Vinci, pero el rostro era lo suficientemente convincente como para dejar pasar las desavenencias técnicas de montaje y composición. Cobraron quinientos pesos y algunos lectores mandaron simpáticas misivas a la casilla de mail de la publicación. Se arregló otra sesión de fotos más producida a la que asistirían incluso cámaras de televisión. Era para la revista del gran diario argentino y su canal asociado. Esta vez las hojas fueron catorce y quince, y el titulo era "Como de la mano de Leonardo". El artículo empezaba:

La obra maestra de Leonardo tiene veintiocho años y vive a sesenta y siete kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca.

El lunes el noticiero del canal asociado a la revista del gran diario argentino rellenó cuatro minutos de aire con el backstage de la sesión fotográfica e imágenes del artículo, todo acompañado por una voz en off que explicaba el evidente y singular fenómeno. Una agencia internacional de noticias vendió la nota a algunas señales extranjeras, que la bajaron a sus propios diarios, de cuyos sitios la nota fue linkeada en numerosos foros y ventanas de chat. El asombro fue global.

A las tres de la madrugada del día veinte sonó el teléfono de Miguel, que dormía. La mujer vaciló algunos segundos pero finalmente atendió y, aunque al principio escuchó algo sorprendida la voz del otro lado del teléfono, estuvo hablando por media hora. Cuando Miguel despertó no vio ni a la Mona Lisa ni al bolso de lona en donde tenía toda su ropa.

*

Tapas de revista, reportajes, eventos. Desde su primera visita al Louvre hasta su participación en los premios MTV, todo lo vio. Sabía que el filántropo del arte Constantino Malvón, multimillonario y con buen gusto, para qué negarlo, la había invitado a vivir en su quinta de Pilar. Sabía que tenía un affaire con un importantísimo empresario italiano que había sido relacionado alguna vez con la mafia napolitana. Sabía de la preocupación de sus seguidores por el constante asedio a su vida privada por parte de los papparazzis que, paradójicamente, no paraban de perseguirla a todos lados gracias a la devoción suculenta de noticias de sus fans.
El paso de su departamento al estrellato mundial fue lo suficientemente rápido como para que él ni siquiera llegara a cobrar la plata de la segunda sesión de fotos. Sus manos que habían lucido hasta hacía poco sin vergüenza bijouterie de plástico hoy estaban cubiertas por oro y diamantina. Miguel no sentía rencor pero no podía dejar de repasar en su cabeza negocios perdidos: el precio de cenas con la Gioconda, desfiles en donde participara la Gioconda, propagandas de zapatos, infinitas posibilidades de vender a la Gioconda. En la cima de su delirio empresarial hasta llegaba a preguntarse desesperanzadamente ¿cuánto podría pagar alguien por cogerse a la Gioconda? Casi todas las noches se quedaba haciendo cuentas sin sentido hasta quedarse dormido.

Los historiadores trazaban linajes absurdos y reproducían árboles genealógicos inventados. Todos ellos estaban en desacuerdo y debatían infinitamente sobre el origen de la sangre de las retratadas. Vio un documental por History Channel, el presentador señalaba lo misterioso de la falta de evidencia histórica que enlazara a una mujer con la otra. Un pensador sostenía en otro canal que, en todo caso, lo verdaderamente alarmante consistía en que el universo había dado una prueba inequívoca de su pobreza de elementos; que como mucho había que darle seiscientos años a historia universal para que necesitara acudir a los mismas planos o a que sus vanas combinatorias produzcan resultados idénticos. "Lo que sucede es que si la naturaleza cometió el pisotón cósmico de repetir una mujer -al menos es la única de la que se tiene testimonio- entonces quiere decir que el Cosmos no es tan inabarcable como pensamos." La presentadora asentía con una sonrisa enorme. A él esa finitud le pareció algo terrible.

Podía tratarse de una falacia, otros argumentaban. Lo realmente seguro era que ella es idéntica al cuadro, pero no conocimos a Lisa di Giocondo. Quizás atribuimos más maestría de la que hubo y el retrato de Leonardo no es tan fiel a su retratada. Aún así es perturbador que la tela este ahí, desde hace casi seis siglos, esperando su verdadero modelo. Alguien del panel hizo una pregunta pelotuda y quedo inconclusa hasta la vuelta del corte. Él cambió a TyC.

Probablemente el pico máximo de su fama mundial tuvo lugar cuando a la salida de un evento de alfombra roja un periodista británico le preguntó qué sentía al verse en el cuadro. Mona Lisa, que ya había aprendido un dignísimo inglés contestó grácilmente: "No creo que me parezca demasiado". Ese gesto, que fue tomado por el mundo entero como un acto de modestia sublime y desprendió una sonrisa acaramelada de cada televidente, la puso muy por encima de la princesa de Holanda y de varias actrices, incluso de aquellas que habían adoptado nenes tercermundistas en el último año. Él no percibió ninguna deferencia, pero no faltaban quienes la criticaban.

Esa misma semana, vio por Sony un reportaje cara a cara hecho por un conductor canoso, trajeado, que no paraba de hablar. El periodista norteamericano la indagaba acerca de sus impresiones sobre el mundo del arte y su relación con diversas personalidades que el no conocía. En el videograph se leía "Cecilia Luccisano, actress". El programa estaba subtitulado, pero él, semidormido, no llegaba a leer por completo sus respuestas, presumiblemente en un inglés tímido que dificultaba la tarea del traductor. En un momento entró un tipo barbudo de pelo largo y plateado vestido con una toga, una boina sobre la cabeza y un pincel en la mano. Las risas de fondo lo convencieron de dormirse de una vez.
Esa fue una de las últimas veces que la vio. Aunque continuaba siendo una celebrity, él se cansó (como algunos) y, quizás ya curado del dolor, empezó a evitarla con el control remoto.

*

Cinco años después, cuando algunos críticos comenzaban a atribuirle rasgos barrocos e incluso manieristas, Mona Lisa cayó enferma y, unos meses más tarde, murió de cáncer. Los funerales duraron varios días, el cuerpo fue embalsamado y aún se decide dónde exponerlo.

El día de su deceso Miguel Rosa salió a la oficina sin mirar el matutino. Cruzaba la segunda cuadra de las nueve que lo separaban de su trabajo y en un puesto de diarios vio la noticia. Leyó atento pero con gesto despreocupado la portada del ejemplar atado y apoyado en la cima de la columna de diarios. Rozaba suavemente las monedas en su bolsillo y repasaba detalles intrascendentes cuando la chica que atendía el kiosco de diarios, con expresión extraviada, le preguntó:
-Disculpame ¿vos sos el de la tele?

20-09-07
Texto leído en medias y sombreros #2

miércoles, mayo 27, 2009

Llamados

-Necesito que me digas la verdad. No me sirve que te apegues a lo que te hacen decir. Necesito que me hables vos, que te olvides del colchón corporativo al que te dejas caer cada vez que te pregunto algo. ¡Contestame vos!
El hombre canoso y arrugado se tranquilizo y bajó la cabeza un segundo para largar un resoplido fuera del tubo. Del otro lado escuchó el sorbido de un moco hacia dentro de una nariz delgada y pequeña. Se extralimitó.
-Disculpame, no tenés la culpa.
-No, disculpame vos, -habló la mujer tratando de disimular la tensión de su laringe constreñida por el llanto que luchaba por ahogar.- Disculpame, te estuve tratando muy fríamente -ya no pudo evitarlo. Lloró.
-Está bien, te perdono, no te preocupes.. Relajate ¿dale? Que te van a ver así y van a hacerte cortar la llamada.
Escuchó un espasmo y más moqueos, la señorita dijo que esperara, que buscaba un pañuelo. Corrió automáticamente el teléfono de la boca. El tubo parecía una sanguijuela bicéfala succionando su oreja y su cuello. Miro el reloj. Cinco y cuarto. Faltaba para la hora de llegada. Escuchó la vibración de las fosas nasales de su alocutaria luchando por sacar de su interior la huella pegajosa de su angustia. Aquí y en otros lados la gripe y la tristeza son cómplices de un grave doble delito semiológico: el parecido de sus manifestaciones ha conducido a las especies a, no sólo considerar al resfrío como un estado desafortunado sino, ya más dolosamente, a aceptar sin reparos que la tristeza es una enfermedad. En términos fisiológicos, asimilamos que una de las funciones del sistema respiratorio es dar pena. La mujer con la que hablaba por teléfono desde hacía unos minutos utilizaba la profesión apelativa de sus secreciones nasales o quizás su organismo sólo consideraba a la culpa como un ataque bacteriológico más.
-¿Estás mejor?
-Sí, dale, sigamos.
-Escuchame bien porque es muy importante. Necesito que te concentres en lo que te voy a pedir. Tenés que seguir todas mis instrucciones. ¿Ok? – un tímido “sí” asediado por corrientes de aire nervioso le llegó al oído. Finalmente había conseguido atención pero los llantos eran más molestos de lo que hubiera preferido. No era el mejor escenario posible pero era lo que había.
“Está bien. Concentrate en no llorar, pero escuchame, escuchame atenta. Voy a contarte cosas, pero primero necesito que hagas algo… ¿Me escuchás?
-Sí, sí. Decime. –se le escuchó entre un espasmo.
-Necesito que marques estos números. ¿Ok?. Cinco… Cuatro… Nueve… Uno… Tres… -entre cada instrucción sonaban los números de la otra, que debía presionar en el teclado.

*

Un nene de dos años con el mentón reposado sobre el hombro de su madre lo escrutaba en silencio. Se llevó un dedo a la boca y le sonrío. La sonrisa le hizo recobrar la conciencia de habitar un cuerpo. Miró a los lados: esta vez despertó en un colectivo, acostado sobre la ventanilla de un asiento individual. Era de noche, sí, pero comprendía que se trataba de una casualidad. El nene sonreía intrigado y lo desafiaba con la mirada, exigiéndole una mueca o que devuelva la sonrisa. Miró por la ventanilla una avenida. Rivadavia. Un cartel, pestañeó. Primera Junta . En las esquinas hombres limpiaban las rejillas de hojas y basura mientras algunos vehículos esperaban el cambio del semáforo. Bastante gente, se dijo. En efecto, las puertas de los cafés parecían estar a punto de abrirse tanto para los que quisieran salir como para los que desearan entrar.
La madre del chico se levantó del asiento, el chico la siguió con la cooperación que sólo conocen los objetos, aún con la mirada clavada en él, que se la devolvía ahora como encantado. Sonó el timbre. El nene estiró la mano hacia su frente y emitió un sonido nasal rompiendo el intercambio de miradas. Se echó el pelo hacia adelante y sintió calor en el pecho. Al llevarse una mano al dolor notó que estaba sangrando. Nervioso, se apuró para bajar a los saltos antes de que el transporte arrancara. Respiró un segundo en la acera mientras se sostenía la herida.
-No me curaron, la concha de su hermana... – susurró.
Revisó los bolsillos de la campera de cuero que llevaba puesta. Documentos falsificados, una billetera con papeles, un dispositivo con los números en su orden primigenio, una aguja, una jeringa, un gorro de material sintético, ningún reactivo. Tampoco alimento. Confirmó lo que temía, era por tiempo esta vez. Apretó los dientes. Se dijo que ya lo había hecho antes. Podría de nuevo.
Se quedó duro unos segundos.

Before you sleep into unconsciousness
I’d like to have another kiss...

La canción salía de su campera. ¿En que bolsillo había guardado de nuevo el aparato?

Another flashing--

Apretó un botón. Cambio la voz.
-En el fondo de la billetera, adelante del dinero. –dijo alguien secamente que se esfumó sin contar con su sorpresa.
Guardó el aparato en el bolsillo de su pecho, del lado derecho, quizás queriendo protegerse. Agarró la billetera y buscó donde le dijeron. Sacó dos cuadraditos de papel doblado. Abrió el primero. El pulso de su cuello se aceleró y sintió una puntada cerca del lugar de la herida, testimonio de que la lesión que le causaron había complicado un nervio. En sus manos tenía una foto de espaldas del bebé del colectivo, sin dudas: misma ropa, misma postura, aunque desde el ángulo inverso. Ángulo que bastaba para dejar ver el rostro de la madre que lo cargaba. La madre que tocó el timbre y él ahora intentaba adivinar si se había ido para el este o para el oeste, si sería informante o víctima.

*

-Lo inusitado de los mundos posibles es que uno difiere del otro en menos de lo que estaríamos tentados a suponer. No es que descrea que un ente pudo alguna vez imaginarlos todos y configurar una geografía de lo posible mucho más amplia de lo que me vi forzado a recorrer. Mucho menos tengo evidencia. No, sería incorrecto pensar así. Evidentemente hay más de lo que percibí, hay mucho más. Pensar en la mediocridad del creador de un multiverso semejante sería quitarle crédito a un trabajo que es imposible para mí o para cualquier hombre. Lo que le censuro a ese ser hipotético es el orden. El orden tedioso que hace miserable nuestro recorrido. Me explico: como ya te dije la contingencia no es extensiva, pero sí incuestionablemente intensiva. Esto no quiere decir que todos los sucesos de un mundo, éste por caso, pueden no haber sido (como indicaría una tesis radical y errónea y sobretodo radicalmente errónea) No, lo que quiere decir es que, aquellos que podrían no haber sido, podrían no haber sido de infinitas formas. El detalle de estas infinitas formas es ridículo, no te quepa la menor duda que ridículo es el componente favorito de quien haya urdido este sistema. Estuve en mundos que se diferenciaban sólo por el color de una baldosa… No. No exagero. Estás cayendo en la falacia que me refugió por mucho tiempo en la ignorancia. Te explico. El hecho de que se trate de mundos posibles no los convierte inmediatamente en mundos completos. Esos mundos no existen más allá de mi percepción. Mejor dicho, de la percepción que me permitieron. Por eso te digo que no es extensivamente contingente, existen cosas que necesariamente no son, que no podrían ser: aquellas que yo no percibí jamás. Así también existen entidades necesarias. Fatalmente: yo.
“Como te decía, este punto no es el que me irrita. No me parece escandalosamente inapropiado tal nivel de detalle. Lo que me aterra y me desespera es que quien haya dispuesto mi travesía me haya condenado a visitar todos esos mundos jerárquicamente. De uno a otro, por la mínima diferencia. Exacto. El color de una baldosa. El número de un boleto. La duración de una vocal. Como imaginarás recorrí infinitos mundos para llegar a este teléfono. De hecho esta no es la primera vez que hablamos. Pero no soy un esclavo absoluto de la voluntad de los detalles. De hecho esta combinación de acciones es la primera que me permite llegar hasta este punto. Y si no me equivoco va a ser la última.

*

Comunicados posteriores le dieron la pista para encontrar el reactivo entre la basura de un puesto del parque. Tenía la jeringa cargada, con la aguja puesta pero tapada por el cartucho protector. Llevaba la gorra puesta y avanzaba por el método habitual: olfateando rápido, nervioso, dejando que la adrenalina le dijera a donde ir. No le quedaba mucho tiempo. Aunque ya estaba seguro de poder descartar la posibilidad de cuerpos extraños y hostilidades infundadas los nervios no desaparecían. Era mejor. Aunque en realidad esta parecía ser una misión sin demasiadas complicaciones… el lugar era el más parecido al original en años, y si la madre era la víctima, a menos que derrumbara todo lo asumido, no había posibilidad de fallo. Ya tenía los materiales (la jeringa cargada con el reactivo) y el número (45431002, imposible olvidarlo). Sólo tenía que concentrarse en la persecución. Dobló en una esquina impredecible, empujando a un caminante incauto. El hombre le gritó y él no llegó a darse vuelta cuando la vio entrando a un edificio. Victima o informante, alzando a su sucesor, en la vereda de enfrente.

*

-No te preocupes, ya estamos terminando. Las órdenes no me llegaron todavía porque me adelanté, pero tengo todo listo. No sé si hay otros, pero te aseguro que si los hay yo soy el mejor competidor. Lo sé porque nunca violé las reglas. Solamente aprendí a utilizarlas. Escapar como una rata, ir hacia el objetivo en línea recta, desesperadamente… no se puede sobrevivir mucho tiempo así. Al principio las misiones parecen absurdas, pero te aseguro que hay un tablero. Lo que pasa es que el ser que lo diseñó es perfecto e irracional, tenés que excusarlo. A lo largo de la travesía me pregunté muchas cosas. Al principio eran cuestiones que aún hoy no puedo dejar de juzgar comprensibles, yo era un hombre. “¿Seré yo solo?”, me preguntaba. “Si es así, ¿por qué me tocó a mí?”. Pasé bastante tiempo con esa duda inicial que hace tiempo perdió importancia, pero a diferencia de otras que he conseguido contestarme (con verdades o falsedades) todavía la recuerdo. Luego quise saber si yo existía en cada mundo y me reemplazaba a mí mismo cada vez que cambiaba, anecdótico sin dudas, pero supe que no era así. Francamente tarde muchísimo en darme cuenta de lo obvio, yo de hecho existía sucesivamente en cada mundo, no era necesario reemplazarme. El problema es que por mucho tiempo consideré que me correspondía un punto de partida. Voy a serte sincero porque confío en que te va a servir: por mucho tiempo pretendí que había olvidado mi origen, pero siempre supe que no existía tal cosa. Ese engaño fue inútil y no me ayudó en nada. Aunque probablemente en ese momento empecé a dominar las reglas del juego y gracias a eso llegué a la pregunta que me obsesiona ahora: “¿Por qué carajo soy tan bueno en esto?”.

*

Mientras la cría llora y patalea en el suelo junto a unas bolsas de consorcio llenas de artículos de limpieza, se activa el instinto operativo de nuestro enviado. La sostiene del cuello con fuerza no letal y saca la jeringa de antemano preparada del bolsillo grande interior de su campera. La mujer abre los ojos aterrada e intenta escabullirse golpeando en la cabeza a nuestro hombre, al que se le cae el gorro que lleva puesto y la jeringa de la mano, mientras se toma el pecho. La mujer se desase del agresor e intenta levantar al chico, pero antes de que pueda siquiera tocarlo siente un rayo atravesar su espina dorsal. Cae vencida al piso y se da cuenta de que no puede mover sus extremidades. Con los dientes pegados a la baldosa intenta gritar pero no logra emitir sonido alguno. Entre sollozos observa el gesto anodino de su hijo que contempla sobre ella al hombre que la somete. Parece distraído y calmado. Siente un pinchazo en el cuello. Un líquido entra, acaricia su bulbo raquídeo y se abre paso al cuerpo calloso. ¿Será violada? ¿Su hijo lo verá todo? Sabemos que no. El sujeto de la campera de cuero la voltea y estando ella boca arriba observa los ojos de su victimario. Como era esperable el gesto se le abrió aún más. Antes de que pudiera intentar nuevamente liberar un grito se desvaneció. Otro despertó en su cuerpo.

*

-Lo peor de todo es reconocerse. Cambian los universos, aunque sea por una puta baldosa, pero uno sigue siendo el mismo pedazo de mierda servicial e indiferente.

*

-El número –pareció decir jadeando la criatura en la madre.
-Informante… –masculló- la puta que te parió.
-El número…
-¡Decime, mierda!
-Tiene que hacer que el chico lo escriba en la máquina… Después… - Sacó del piloto de la madre un cuchillo y se lo alcanzó. Era mejor que un revólver sin balas. El informante dio un grito de dolor y desapareció. Se rindió rápidamente, de dónde vendría... Dejó el cuerpo tirado y levantó la cabeza. El niño seguía en la misma posición, con la misma cándida mirada. Le sonrió. La criatura se mantuvo idéntica.
Repentinamente un dolor quebró sus piernas, cayo al suelo, junto al chico. Se esforzó en respirar. Abrió sus brazos, aleteó en el suelo. El dolor se mantenía, supo que tenía poco tiempo. Mejor usarlo bien. “Bebé, si tuviera gel de control ya te estaría haciendo ingresar el código con las orejas…” se dijo a sí mismo. Lamentaba no contar con el equipo adecuado. Sacó el aparato del bolsillo derecho. Se lo extendió al infante silencioso.
-Esto es un juego. Vas a tener que hacerlo bien en serio. -hizo fuerza para decirlo en voz alta, aunque bastara con la intención – Cuatro, cinco, cuatro… tres… uno… cero… cero…
El pequeño lo miraba maravillado y abandonado.

*

-Si las piezas se resignan a moverse siempre en las mismas direcciones no pasa mucho tiempo hasta que otra las cruza y desaparecen. Al final siempre quedan pocas. El secreto es llegar antes al lugar del final y quedarse quieto, esperando. Quizás esa pieza se mantenga incolumne tanto tiempo que al final sea más trascendente que el propio jugador. Quizás pueda formar parte del tablero. A lo mejor… -resopló, miró el reloj, ocho menos cuarto. Sacó de su bolsillo una aguja.
”Querida, necesito que aprietes cero-cero-dos.
Sonó el discado. Le siguieron unos segundos de silencio solitario hasta que la puerta se abrió. Las uñas pintadas soltaron el tubo que se quedó colgado en su muslo izquierdo, como una sanguijuela embozada que refrescase sus entrañas con un nuevo huésped. Un hombre con un ojo en la frente, vistiendo campera de cuero y empapado de sangre hasta las rodillas, empuñaba su cuchillo hacia ella. Ambos quedaron paralizados un instante por el desconcierto. El rostro tríclope estaba absorto, soltó el puñal y buscaba en sus ropas.
-No puede ser. Si los números estaban bien…
En sus manos apretó la fotografía de un hombre canoso, arrugado, inmóvil, eterno.



16-05-09
texto leído en medias y sombreros #4

miércoles, abril 22, 2009

Horóscopo

xx-03-05

jueves, marzo 12, 2009

Nota sobre el exterminio de hormigas

Se descubre una hilera de hormigas rojas recorriendo la pared del piso al techo. Por ocio o resentimiento se apoya un dedo en un punto más o menos cómodo de la hilera y se acaba con un par de hormigas. Los demás puntos de la línea aterrados, se dispersan y comienzan a retroceder. Las que venían del suelo vuelven al suelo, las que venían del techo, vuelven al techo. Desordenadamente. Se traza un diámetro imaginario y todas las hormigas dentro del mismo son aplastadas. Se observa. Las hormigas que subieron bajan, las que bajaron, suben. Al llegar al perímetro apocalíptico retroceden. Campo repelente de hormigas. ¿Horror? Los cuerpos de los primeros exterminados siguen adheridos a la pared. Diámetro más grande, cuidado por dejar los cuerpos pegados. Campo repelente más grande. Pronto las hormigas comienzan a buscar una ruta alternativa. Envían exploradoras hacia la derecha, hacia la izquierda. Algunas suben a la cama, otras a la mesa de luz. Una vez exterminada la exploradora ninguna otra vuelve a verificar ese camino. En tan sólo un minuto se retiran. Pasan los días y no vuelven las hormigas a esa zona. Menos de veinte muertes persuaden a la hilera. Táctica más piadosa que el repelente. Con culpa, pero más piadosa.

12-03-09